viernes, 29 de octubre de 2010

Gracias

Le tiemblan las manos, pese a ello, no dudo en que pueda manejar la navaja que sostiene entre ellas. Detrás de mi no hay nada, detrás de él, una pared. El instinto me dice ¡Corre!, Sun Tzu dice: Nunca le des la espalda a tu enemigo.

Nos miramos. No dice nada. ¿Qué carajo va a decir? Esta, para él, es transacción de rutina. Me lo imagino igual de cansado que al burócrata promedio. Es más, me imagino que es un burócrata promedio de mañana y que de noche en lugar de pedirte apáticamente rellenar el formulario W3B4 te pide enérgicamente que le llenes la cartera N44D4.

Siento que esto lleva siglos. El no se impacienta. Para mí, pienso yo que piensa él, el tiempo es más valioso, por eso de que pareciera más escaso. Estoy por moverme, no quiero hacerlo, no sé hacia donde, pero los músculos entumidos me obligan. Estoy por ceder, él levanta la ceja. Recupero el control de mi cuerpo-estatua.

Insisto en que esto lleva horas. Sus manos aún tiemblan, pero lo siento sereno. Me asalta una idea. Hacía semanas, ¿meses? Que no pasaba tanto tiempo con otro ser humano, sin verlo tan a los ojos…
¿Quieres ir a cenar? Le pregunto.

La mano ya no le tiembla, se encuentra firme en el mango de su navaja, el filo serenamente hundido en mis entrañas.
Me desvanezco de apoco. Carajo, susurro, por eso no hablo con la gente…

2 comentarios: