lunes, 20 de diciembre de 2010

De Malpreno a Darón

…llegó a Malpreno, se enamoró de la dama de compañía de la duquesa, se casaron… Paró en ese momento, releyó las primeras líneas, rasgo fuertemente con la pluma y quedó un nuevo trozo de pergamino destrozado.   Miró por la ventana, los días perpetuamente blancos de invierno apenas hacían cabida en el final de ese otoño. En el patio dos hombres caminaba lado a lado frotándose la cara cada uno para mantener el calor. Más a lo lejos, unos venados flacos tomaban agua en el riachuelo a lado de las bodegas. Detrás de las murallas bajas de ladrillo rojo, dos centinelas flexionaban las piernas apenas para mantenerse activos.  Después de todo el mundo seguía siendo ese lugar, terrible, pero hermoso.

Se levantó apenas escuchó los pasos en las escaleras. Se acicaló un poco, tomo un trago de café y abrió la puerta para esperar al General. Ese día, como el último viernes de cada mes, los altos mandos se presentarían, engalanados como en la corte, para recibir los informes del avance. “General,” dijo complacientemente “el frente es prometedor. Ayer a las 1600 horas tomamos el fuerte de Gazne y aseguramos la aldea de Darón. Bajas enemigas totales, bajas propias doce muertos, tres desaparecidos, tres heridos…”
-Coronel, deje eso para después.- El General había usado ese tono que no dejaba duda alguna, el, al igual que el resto del maldito ejercito lo sabían todo. – ¿Por qué no se toma unos días de licencia? Regrese a la capital, descanse un poco.- Solo le faltó sugerirle que pasara a visitar a su madre.

El coronel lo miró por un momento haciendo acopio de todas sus fuerzas para mantener la calma. “Urgen otros asuntos General, el camino para Darón sigue plagado de zonas indefendibles, los trabajos de atrincheramiento no están terminados… Gazne necesita una revisión completa para las defensas, aquí mismo tenemos que reforzar la seguridad en el ala este…” Pronto se dio cuenta que todos tenían razón, cada uno de esos trabajos eran logrables por cualquier supervisor de tercera, no eran sino escusas para no regresar a casa.

El día se fue acabando y salvo por algunas miradas de condolencia de los cabos, nadie le recordó nada. No que fuera necesario, esa misma noche después de una cena consistente en pan y agua, se acostó a sabiendas de que no podría dormir. Al cabo de unas horas se levantó, encendió la lámpara de aceite y sacó un nuevo pergamino…en casa lo esperaban ella y un hermoso gato, las palabras no me alcanzan para… Se frenó de nuevo. Levantó la vista por la misma ventana y se perdió por segundos en la opresora e inmensa obscuridad.

Un tormenta eléctrica le recorrió los huesos, sintió el sudor frío gotearle por la frente. Lo vio de nuevo entre sus brazos, la sensación era tan viva que sentía la sangre de nuevo en sus manos. Antes de que se diera cuenta sollozaba. El pergamino que había sacado apenas estaba empapado, inservible también. No se tomo la molestia ni de tachar las últimas líneas. Lo repasó todo una vez más. Agotado por el recuerdo, por las sensaciones tan presentes de la batalla, que optó por releerlas de su informe.

El miércoles veintiuno de diciembre del presente, la operación Darón-Gazne emprendió su ataque frontal a las 0900 horas. El batallón a mando del Teniente Sergreid se reunió a punto de las 1000 en la encrucijada de Duorford entre el centro de mando en Nodicia y el camino a Darón tras derrotar plenamente a los invasores. Las comunicaciones mostraban la Compañía Verde a mando del Sargento Faeston en condiciones perfectas para el ataque frontal al fuerte Gazne, estas comunicaciones empero, estaban retrasadas por cuestión de quince minutos. Cuando el presente, Teniente Coronel Feaston, dio la orden de ataque, no previó el ataque por el sur de los invasores que dejó como saldo doce muertos, entre ellos el Sargento Feaston. La operación, pese a este contratiempo fue una victoria indiscutible, la última baja enemiga y la toma del fuerte Gazne, así como el aseguramiento de Darón se registraron en punto de las 1600.
 Aquella noche lloró hasta quedar dormido.  
A la mañana siguiente, con una taza de café recién servida se sentó frente al escritorio. La mala noche hacia eco de presencia en sus facciones demacradas. Su Teniente en Jefe le ahorro al informe de la noche, le dio la mano y una pequeña palmada en la espalda, le sonrió apenas y salió de la oficina.

A media tarde escuchó por la ventana la llegada de la brigada de caballería, setenta y seis jinetes llegaban a reforzar una guarnición de doscientos cuarenta y tres hombres, seis cañones aprovisionados para ochenta y tres días a lo máximo. A pesar de todo, había logrado avances impresionantes en la defensa de la frontera.  Se miró en un espejo, se rasuró perfectamente la barba de tres días y se sentó de nuevo en el escritorio que parecía robarle todas las fuerzas.

Con apenas fuerzas escribió en un pergamino nuevo adjunto al informe de la operación  

Cuando se fue de casa llegó a Malpreno, me buscó y a poco no encontramos. Me informó sobre la riña que tuvieron, no tuvo corazón para regresarlo a casa, lo enlisté bajo mi mando. A las pocas semanas fue requerido en la corte para servicios al duque de Lavión, donde conoció a la dama de compañía de la duquesa, jamás pude retener su nombre. Al poco tiempo contrajeron nupcias. Me pidió dinero prestado para una casa y no pude negármele. También me hizo prometer que no te escribiría acerca de su paradero, y con todo el profundo dolor de mi pecho, tampoco pude negármele. En esa casa ahora lo esperan ella y un precioso gato que rescató después de haber sido atropellado por un caballo. Madre, Keon Feaston fue un hombre honrado  y trabajador, amado por su esposa y respetado por sus compañeras. Madre yo también lo amé como nunca pude quererlo en casa, murió con tu nombre en la boca. Te ruego me perdones por haberlo ocultado, pero sobre todo, te ruego que me perdones por haber mandando a la muerte a tus únicos hijos. 
Con todo el arrepentimiento del mundo
Teniente Coronel L. Feaston

No hubo necesidad de tachar nada, la bala que mató al Coronel dejó un rastro de sangre que dejaría aquel pergamino tan inservible como todos los otros en los que no había podido pedirle perdón a su madre. 

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Este es el segundo cuento escrito para Sharoon con una linea, algo modificada, que me regaló. Siento que el original, que no tiene nada que ver con este, no puedas tenerlo (dado que ya no existe). Ojalá te guste.

domingo, 5 de diciembre de 2010

F20.00

Intentó apagar la radio, pero el radio estaba ya desconectado. Miró con realización la ventana, camino como caminaba desde hacía un tiempo, lenta y parsimoniosamente; cerró la pequeña rendija que quedaba entre el marco y el cristal. Frunció el ceño. Revisó palmo a palmo la habitación que se sabía de memoria. Por fin, rendida ante su búsqueda fútil se dirigió hasta la sala “Recámara,” se recordó “es mi recámara desde que no puedo subir esas endemoniadas escaleras.”

La mañana siguiente esperó un rato. Silencio. Sonrió, una pequeña sonrisa de triunfo, pero también de una expectativa cumplida. Nada raro se dijo, todo había sido producto del cansancio. Ahora se cansaba mucho más que antes, y eso que ahora no hacía nada de lo que antes le tenía ocupada todo el día. Desde que Maurice había muerto la casa parecía no necesitar ese glamur que antes exigía a gritos para combinar con la pulcritud militar de su marido. Se dirigió a la cocina con la cadencia armónica de una canción que va acabando y se detuvo en seco. Coincidencia tan extraña que la vecina, una chicuela de unos 20años también se debatiera entre calentarse un  vaso de leche y comer galletas, o si prepararse una avena de canela con manzana. Sonrió distraída pensando en si ella a esa edad también habría meditado tanto antes de optar por las galletas y la leche.  No fue sino hasta que, ya sentada en el antecomedor, mientras daba la primera mordida, que la chica también se arrepentía de no haber elegido la avena. Se sobresalto no más de lo normal. No existía posibilidad alguna de que, en el antecomedor, dos cuartos de distancia de la única pared contigua, el sonido se traspasase y se oyera tan claramente, sobre todo si tomaba en cuenta que su sentido del oído no es lo que fuera antes.

“No te quejes,” reprimió una voz más seria, madura, y conocida “siempre te han gustado las galletas en el desayuno, el avena es para las viejas chochas.” El comentario le pareció de lo más gracioso. Maurice siempre le recordaba que uno nunca se hacía viejo hasta que se pasaba los días solo en casa, escuchando radionovelas, acariciando un gato y comiendo avena. “Pero si solo te falta un gato, o una docena de gatos Miriam” escuchó, o creyó haber escuchado. Nadie la había llamado Miriam desde que Maurice murió. Para el cartero y para la vecina era Señora  Nicolet, para sus nietos Abuelita, para sus hijos… bueno también habían muerto ya todos sus hijos y ellos se limitaban a decirle Mamá.

Decidió sentarse en su sillón favorito y encender el radio. “No me gusta la voz de la protagonista,” escuchó claramente “mejor hay que esperarnos hasta el programa de las 12.” Era una cosa ciertísima, a ella, o alguna parte de ella, nunca le había gustado la voz de la protagonista. “No te gusta porque te recuerda a la voz de tu hermana.” dijo la voz que se parecía tanto a la de Maurice.  En ese momento Miriam se levantó rápidamente, camino tan veloz como se lo permitían sus rodillas viejas y levanto el auricular. Buscó en el cajoncito de la cómoda la agenda y marcó el número que había marcado tantas veces en los últimos años…“Buenas días ¿María niña, comunícame con el Dr. Lambert”

Antes de que el doctor pudiera contestarle, se desató una intensa discusión entre sus orejas. “Y dale con el Dr. Lambert, ese viejo no sirve para nada.” “Miriam no hables así del buen Lambert,” reclamó Maurice “siempre apoyó a la familia”.  “Para apoyarse ya tiene andadera Maurice,” dijo la voz joven.
“Bueno ¿bueno? Señora Nicolet ¿Miriam? ¿Miriam se encuentra usted bien?
“Doctor Lambert, Doctor… las voces regresaron.”
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“La Sra. Nicolet fue tratada con 20mg de haloperidol durante las 2 primeras semanas. Las voces disminuyeron gradualmente en frecuencia e intensidad, y las sensaciones somáticas desparecieron totalmente. Comenzó a comprender que las voces eran producto de una enfermedad pero parecía algo desilusionada cuando cesaron completamente. Dijo que, después de todo, las voces habían sido “una buena compañía” la mayoría del tiempo.”[1]
[1] Üstün, T.B.; Bertelsen, A.; Dilling, H.; Van Drimmelen, J; Pull, C.; Okaska, A.; Sarotius, N. (Coord.). (1999). Libro de casos de la CIE-10. Madrid, España: Editorial Medica Panamericana. P.71