domingo, 4 de diciembre de 2011


Sé que algo se rompió en nuestra última discusión. Fue como sentir, tras intentar acelerar rompiendo la curva de los trescientos metros, un tirón preciso, dar tres pasos descoordinados y caer de bruces sobre el tartán.  En pocas palabras, sé que algo se rompió en nuestra última discusión, en un solo movimiento, en una decisión que antes de terminar de formularse en la cabeza ya sonaba a desastre.

No fue como cualquier otro momento en que la decepción te sobrecoge cuando ves perdido algo. No fue como con aquellas que habían sido procesos largos donde todos los pasos de la pérdida estuvieron presentes. No fue la larga tarde en que fumaba un cigarrillo sobre el alfeizar mientras ella lloraba en silencio sobre la cama. No fue tampoco un fatídico y patético intento por iniciar una relación formal con un regalo demasiado caro y una honestidad bastante pobre…

Fue una decisión algo consciente, en un momento determinado. Y fue como sentir que jamás podría volver a correr los cien metros.

Creo que fue entonces, cuando decidimos darnos por vencidos, que perdí mi último lazo. Lo perdí con la pista, con la capacidad para llenar todos mis diálogos con insinuaciones que solo tú captabas… Se rompió el último puente que me quedaba para ir ahí todas las mañanas y saberme unido a todo lo demás…
Sé que la mayoría de los pacientes mentales con inhabilidades sociales muestran sus primeros síntomas concluyentes en  los primeros años de sus veintes. A veces me gusta imaginar que lo que sentí que se rompía cuando le dije adiós a la posibilidad de volver a besarte fue mi cordura.  Otros días, más que solo sospecharlo, estoy convencido de ello.

Pero más allá de si mi locura es un hecho, lo cierto es que sentí que se perdía el último vínculo que me unía a un yo pasado.  Cerrar el capítulo contigo fue como acabar un libro entero. Era obvio que los clinghangers dejaban a entender una secuela… pero la secuela empieza con un capítulo difuso en que el protagonista no tiene la más remota idea del problema, y para hacerlo peor, pasadas ya varias páginas el lector tampoco estaría  muy seguro de la trama.

Hoy por ejemplo imagino que el concepto es bastante claro. El hombre, ahora el niño se da cuenta de que es hombre, asume la responsabilidad de haberte dicho adiós y se compone inmediatamente ante las circunstancias. Encuentra el reto de no tenerte presente en sus objetivos como una decisión madura y una oportunidad para empezar cualquier cantidad de aventuras enmarcadas dentro de una prominente carrera.
Pero como crítico me detengo rápidamente. El estúpido protagonista carece de la fuerza para mantener aquella convicción con la coherencia interna de sus arrojos emocionales. Supongo que por eso en mi historia me siento a escribir esta entrada de libro, poniendo en boca ajena lo que pienso del personaje que aún no formulo del todo bien para el resto de la obra…
Sé que algo se rompió. Tal vez mi último pedazo de entereza.