jueves, 24 de marzo de 2011

El espejo y el vapor

Se levantó con la firme convicción de regresarse a la cama. El sueño ligero la había tenido en vela hacía ya quién sabe cuánto tiempo. Miró desesperanzada el celular y resopló derrotada. Caminó, como caminaba cada mañana hasta el baño, dio la vuelta a la llave y lentamente los chorros de agua levantaron el vapor que cubriría toda la estancia. Se desnudo apesadumbrada mirando sin mirar aquel hilo de agua que parecía negarse a la caída libre y revoloteaba casi horizontal intentando escapar por la ventana. La idea le pareció curiosa ¿quién quería salir por la ventana?

       Detrás de la puerta, ensordecido por la caída de agua, el celular sonó y vibró como con vida propia. Ella olvidó al instante sus cavilaciones y salió, en cueros, hasta el cuarto. Sonrió como niña en vacaciones y se lanzó sobre la cama, rebotando apenas en el colchón al tiempo que tomaba entre sus manos el teléfono. Era la estúpida alarma sonando de nuevo. De regreso al baño, el camino que había dejado su abrupta partida de la regadera se refrescó con dos lágrimas furtivas.
    Bajo el repiquetear constante de la caída, lloró un rato. De nuevo fijo su atención en el hilacho rebelde que contracorriente atacaba constante la ventana ahora empañada por completo. Levantó la mano, apenas a la altura de sus ojos y le dio la espalda a la caída. Temblorosa  movió delicadamente sus dedos y dibujo, apenas, su nombre en la ventana.
     Aún dentro, cerró la llave y permaneció callada, casi inmóvil, hasta que el vapor desapareciese por completo. Abrió la ventana, se abrazó al recibir el golpe del aire fresco y eso pareció despertarla. Caminó, aún desnuda de vuelta al cuarto; se detuvo apenas para mirarse en el espejo y sonreír. Escribió, en el vaho que quedaba, tanto más firme que su nombre: Mañana pasamos por aquí de nuevo 
59.8 
 D.M.  
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El texto anterior es parte de un nuevo proyecto, Coordenadas. Cada día en mi FB y/o Twitter se escriben una oración de algún libro, sin mencionar ni título ni autor. Las oraciones se eligen de la siguiente manera número de página, número de oración. La idea original empezó en la página 56, quinta oración; cada día se agrega una unidad a cada uno. Cada Martes elegiré una, que alguien más me haya compartido (respetando la misma secuencia) y en base en ella haré un cuento. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Eco de tarde

Hay veces que pega la soledad. Hoy tarde, con un Eco entre las manos, proposición por demás absurda puesto que el eco está siendo (iba a decir reproducido, mas lo reproducido sería también falso, lo reproducido es el sonido y precisamente eso es el eco) hasta mis oídos desde el dojo de Kendo; y por otro lado imagino que en algún lugar de Italia, el escritor probablemente dormido, no sepa si quiera que lo leo.  Y ya con ese sin saber me regreso. Sin saber más que yo, acaso y apenas, dónde estoy, me encuentro solo.
                La briza ni acaricia ni pega… de usar un verbo me lo inventaría, así que dejo simplemente: La briza ___ mi piel. La luz, gris, deja un tanto azul la hoja, la tinta, negra, la deja un tanto gris.
                Suelto, o soltaré, o pienso que soltaré la pluma para cerrar la libreta y tomar de nuevo el Eco entre mis manos, proposición por demás absurda puesto que ya no hay eco que este siendo desde el dojo y el Italiano siega estando dormido supongo, sin saber si quiera que lo leo. Ya con ese amargo sin saber me regreso. Antes claro, respondo el celular y la soledad ya no pega… O ya no pega tanto. 

lunes, 21 de marzo de 2011

Confesiones

Me sobran razones para no escribirte, pero basta una para hacerlo. El hecho es que estás frente a mí, y dos cosas quedan por hacerse. La primera es que me mates, fantasma que arrastras las cadenas de mi pasado, espíritu de venganza de lo que fuimos… la otra es que te torne en letras, y mientras te lean, te fragmentes en pedazos disolutos repartidos entre tantos que no puedas ya regresar por mi cabeza.  Sí la primera es sueño, la segunda sería quimera. Pero ni una ni otra ocurrirán, ni hoy ni nunca. Por eso, te  escribo, a ti. A nadie más concierne esta hoja que confiesa todo aquello que te callé.  Y dado que pienso en este momento dejar de mentirte, tengo que empezar por decir que no me arrepiento.
     Aquella noche llovía mucho. Recuerdo que habías caminado, nadado, hasta la casa. Llegaste escurriéndote toda. En mi mente, a la luz de unos cuantos tequilas parecías derretirte. Me miraste asustada, supongo que pensabas que yo no debería estar ahí. Sonreíste inmediatamente, te quitaste tu sombrero vuelto paraguas, manchaste la sala con el lodo de tus botines y me besaste tiernamente en la frente. Mi primera confesión es que, en ese momento, yo sabía ya la verdad.
      Te vi caminar mientras tarareabas esa estúpida canción pop que siempre cantas cuando estas asustada. Escuché el agua de la regadera caer. Como si no hubieras tenido ya suficiente agua, me dije. Después vi el vapor salir de la puerta del baño… como si no hubieras tenido ya suficiente calor, me dije.  Mi segunda confesión es que para ese momento ya planeaba matarte. Imaginé cientos de veces como sería todo.  Entraría como si fuera a tirar una cagada, no sospecharías nada, me acercaría lentamente hasta la regadera y te atraparía entre las cortinas, acabaría con el oxígeno de a poco mientras que tú probablemente patearías hasta morir.  Entraría rápidamente, asustándote, viendo el terror en tu cara, la resignación en tus labios, la imagen misma del reconocimiento de que todo tu teatro se había caído, te empujaría contra los mosaicos, una y otra vez azotaría tu bella cara contra el suelo mientras los hilachos de sangre correrían hasta la coladera.  Esperaría hasta que salieras, con las toallas, una sobre la cabeza, la otra cubriéndote los pechos, te dejaría entrar al cuarto, sentarte sobre la cama, te miraría tomar la crema y dispersarla sobre tus brazos, te vería desnudarte de nuevo, y cuando yacieras con tu cuerpo limpio y tu conciencia cerda te atravesaría de lado a lado con el sable que me regalaste de cumpleaños.  Mi tercera confesión es que nada de eso sonaba lo suficientemente macabro como lo que realmente quería hacer contigo. Así que esperé y no hice nada.
     A la mañana siguiente, cuando preparábamos nuestra salida, te miré a los ojos. De nuevo sonreíste, sabiendo, pues sé ya que sabias entonces, que nada sería como antes. Te acompañé hasta la puerta y te dije adiós con un beso. El último beso que daría. Regrese, satisfecho hasta nuestro cuarto. Encontré, como si escondieras las pruebas, su teléfono. Llamé y su voz tranquila esperaba la tuya deseosa. Así que esperé y no hice nada.  Escondido de los espejos, aguardé tu llegada.
Entraste sonriendo, y los chasquidos de tus labios besando los suyos encontraron la manera de hacerse eco hasta la recámara. Me escondí tras la puerta del baño mientras ustedes se apresuraban a la cama. El revólver estaba a la vista, precisamente a la mano, en el secreter.  Sus manos ásperas y sus brazos fuertes te desnudaron con juvenil desesperación… tú, insoluta acariciabas sus piernas lujuriosa. Mi cuarta confesión es que disfruté verlos en la cama.
     Imaginé de nuevo lo que te haría. Saldría silencioso, mientras gritabas su nombre y les dispararía a ambos antes de que se dieran cuenta. No; saldría silencioso, y les apuntaría… les llamaría en un susurro, esperaría a ver sus ojos llenos de miedo y luego les volaría los sesos… No.  Nada era suficientemente bueno, nunca puede la ficción superar la realidad; Salté con un grito afónico y primitivo mientras hacía carrera contra la cama; él, tanto más joven, reaccionó de inmediato.

Hoy escribo por primera vez en años. Apenas puedo coordinar mis manos con lo que pienso. Aún no hablo. Tus gestos, que ahora recuerdo como en cámara lenta eran del terror más exquisito. No sentí dolor alguno, recuerdo empero el impacto, el calor… distingo en el recuerdo tu voz gritando mi nombre, tu cuerpo golpeando al suyo.  No recuerdo nada más. Mi quinta confesión, te aseguro, es que disfruté enterarme de tu huida.  Disfruté y aún disfruto saber que no lograron escapar.
     Me gustaría decir que fue todo planeado, pero fue destino, supongo, aunque truqueado. Supe  a unos meses de despertar del coma, que a él, lo habían condenado a la silla, y que tú, casi autista apelaste a tu salud. Hoy que saliste de ese manicomio, mujer; hoy que por primera  me visitas en esta cama, aún inválido, te confieso… jamás imaginé algo tan macabro.

viernes, 18 de marzo de 2011

Máquinas del hombre

¡Clack! El sonido explotó en eco. Unas cuantas luces pasajeras iluminaron apenas y furtivas las dos siluetas que recorrían con toda velocidad el campo. Las largas zancadas terminaron por acortarse y los hombres empapados en sudor bufaban exhaustos. Detrás el sonido metálico aún los perseguía. ¡Clack! un nuevo sonido o tal vez el eco los alcanzaba; la silueta más pequeña miró preocupada a su contraparte, el otro hombre a unos cuantos metros le sonrió rendido. Ambos frenaron su carrera por completo. El siguiente clack fue una indicación no acordada para que los dos sujetos desenfundaran sus armas.
                El sonido de las balas perforando el metal rompían la noche por completo. Primero uno y luego otro, los mosquetes vomitaron con furia centelleos anaranjados. El ciclópeo de metal no se detuvo; el chillido del vapor que le escapaba por las heridas parecía debilitar más la voluntad de los hombres que la fuerza del mastodonte. De nuevo, los dos hombres fatigados reiniciaron la carrera y apenas lograda la distancia cargaron sus armas; el destello seguido del rugido no se hizo esperar, la futilidad seguida de la herida tampoco. Sabiéndose vencidos los hombres tiraron los mosquetes con furia sobre al aparato indomable, el último clack cerníase sobre ellos mientras un fulminante chispazo los lanzaba a la oscuridad lejana.
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Esta es solo una de las muchas viñetas que pienso ir colgando. Originalmente planeaban ser una novela, ahora me gustan solo como cuadros en un mundo ficticio no del todo construido al que recurro constantemente para no caer en los fan fics 


lunes, 14 de marzo de 2011

Por Picacho

Ya a punto de llegar, pero sin estar ya ahí, entra la llamada -Sí, sí sé dónde está el Toks- No es de extrañar, hay cambio de planes. Siempre hay cambio de planes, es como parte del plan, al menos esa parte que nunca cambia. –No gracias, no, en serio, ya desayuné… gracias. Sí, anda, sí, está bien yo me termino tu desayuno, sí, gracias.-
              El abuelo pide una Coca con hielos. Al mesero le piden una Coca sin hielos- ¿Tiene hielos la Coca?- El mesero dice no con la cabeza. Todo bien, el abuelo toma un sorbo, -Está muy fría-. Al mesero le piden agua caliente; un chorro, dos -¿ya?- El abuelo dice sí con la cabeza.
             Todos los hyospitales son iguales. Peor aún, todas las áreas de cardiología son idénticas. Delante de nosotros en los asientos, un hombre escribe en su celular un mensaje, suenan tanto sus teclas; no es un mensaje me equivoco, es toda una novela. Llaman al abuelo para consulta. El hombre aún escribe; es toda una obra tonal, sinfonía telefónica a tiempo de desquicio, se traga la semicorchea pensando en si ese hecho lleva hache. Al abuelo lo mantienen en consulta tal vez le hagan hoy en eco. El próximo Quijote para extraterrestres se edita a una fila de distancia.
            Apenas empieza el día.