lunes, 15 de agosto de 2011

Prothalámous


Es simplemente extraño estar sentado al lado de una cama de hospital. Hay algo que no cuadra, algo que se siente ajeno y, al mismo tiempo, terriblemente familiar.  Días como hoy no se planean, aunque este todo en un horario y haya siempre alguien con agenda en mano preparado para todas las vicisitudes.

El caos medrado por un orden absurdo de expectativas aciagas. Maldita sea…

Hay de hospitales a hospitales y por muy hotel que se disfracen son todos antesala de desgracia. Desgracia y alivio, supongo. Desgracia para los que se quedan, para los que esperan que se vayan los que se van, o fintan que se van… o se van y regresan…  Alivio para los que en cama respiran golpeado y balbucean ilusiones o recuerdos o deseos o verdades.

Duele, por ejemplo, la espalda; angustia, esa perspectiva gris y triste de esperar lo peor mientras mantenemos viva la esperanza necia.

Maldita sea… apenas son las siete y cuarto y siento que sentado he pasado media vida; y darse cuenta que media vida mía es novena parte de la suya y que estos días, para mi eternos serán quizá apenas suspiro, de alivio, de alivio espero. 

viernes, 5 de agosto de 2011

Tiempos

Empezar con un dialogo siempre le ha parecido tarea del todo imposible. Suele, cuando logra, empezarlo todo con un verbo. Los verbos, se dice, son exquisitos y desbordantemente reales… sustantivos y demás palabra sueltas que con el tiempo cambian. El verbo, lo acaricia mentalmente, el verbo es acción y punto. Y como punto, suelte el puñetazo que derriba al hombrecillo. Escupe, el filamento de sangre y saliva apenas saltan de la boca se atoran entre la barba áspera y riza.

El hombrecillo se arrastra, trasero en tabla, manos febriles y asustadas, para esconderse detrás de la mesa, a poco tirada. Ahora, tal vez, venga en bien un poco de dialogo, se dice.  No bien abre la boca, recibe por la espalda un golpe seco. En cualquier otro momento, una descripción habría sido necesaria para entender el proceso, empero, ahora y aquí, baste con decir que se mantuvo en pié. Giró ciento ochenta grados y asestó otro golpe; desprevenido el agresor, silla en manos, se tambalea; recupera pose y encara. Todo inútil, la silla cae sobre sus pies, grita; el puño cae sobe su garganta, intenta respirar y falla. 

Diálogo, piensa, dialogo  no es nada. Observa, cuenta y mapea. Dos salidas, ambas obstaculizadas por el embrollo de gente que asustada e idiota se mantienen inmóviles en el restaurante. Una ventana, algo alta. Tres hombres; dos armados, inexpertos. Novatos con aires de grandeza que en sus salida fácil no tienen empacho en olvidarse de sí mismos.  
Hace tronarse los nudillos, el cuello, la espalda. Camina a paso firme, aunque cojeando y sube las escaleras. El primer hombre armado le apunta, el segundo sirve de escudo al tercero.  Ni un paso más- balbucea. Dialogo piensa, el dialogo no es sino tiempo desperdiciado en sustantivos vacíos.  Finta un golpe directo, el armado dispara pero falla, en el instante preciso un pie sucumbe ante fuerza bruta de una rodilla destrozada. Una segunda patada, a la faz y quedan solo dos hombres.

Dispara, imbécil, dispara. Más dialogo, el desarmado cual adefesio inútil habla de acción, pero no acciona, y su vehículo imbécil tampoco. El primer disparo erra por mucho, el segundo asesta mortal al pecho. El golpe le detiene, tal vez retrocede un poco.  Inhala profundamente, camina de nuevo, el chaleco le protege apenas, pero lo mantiene vivo. Tal vez,  por primera vez, al armado emprende acción y corre. Corre, pero demasiado tarde. El escudo roto llora. Llora y calla casi al mismo tiempo, cuando el tacón de la bota le rompe la quijada.
En su luneta, el último hombre espera. Abre la boca. Dialogo. No dice nada, no es necesario. Le toma de la cabeza por el cabello y la azota repetidamente contra la mesa. Una, dos, tres… seis veces el sonido sordo de clogk hace eco. Levanta la cabeza de nuevo, masa amorfa sangolienta aún consiente parece seguir esperando explicaciones.  Por respuesta recibe une jeringa en la mano, otra jeringa en la garganta. El gorgojéo se torna silbido agónico.

Hijo de puta, le hubiera dicho, mierda. Insufrible corrupción. Te mato no porque lo merezcas, sino porque mejor es el mundo sin ti. Tú merecías pudrirte en algún calabozo como el que usabas para retener a las niñas.  Tú merecías morir mientras te desgarraban por dentro. Tal vez eso hubiera tenido que decirle a los testigos, pero eso sería dialogo. Esta ciudad, se dijo, ya no tiene tiempo para diálogos.