jueves, 21 de junio de 2012

Cómo dejar de querer en doce sencillos pasos.

***Nota: Esta entrada nació originalmente como una serie de trinos. Antes de empezar a escribirlos divisé dos problemas: a) en la madrugada menguan los lectores, b) por la estructura del TL, la lista quedaría a futuro con el 12 por delante, arruinando el proceso.  Por esos dos motivos decidí publicar la lista aquí, sin embargo, mientras la leía, y pensando en el incrédulo lector, decidí desarrollarla a fondo***
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I
Quiera, quiera mucho. Ame desmesuradamente. Pruebe los límites de la razón; definitivamente traspase las fronteras de lo decente. Quiera hasta drenarse.  La adolescencia y la juventud temprana son épocas especialmente favorables, pero se ha sabido de casos tardíos igualmente devastadores.  Tome por ejemplo los dramas clásicos y agréguele la virtud –o la mera necesidad moderna de responsabilidad cívica- de sobrevivirlos. Aderécelo todo con nociones nocivas sobre el amor, la cinematografía ofrece un rico repertorio.
II
Entre en razón. Sin esfuerzo irá notando que, tras el tórrido inicio del amorío, las cosas llegarán a un límite. Dejará de querer, verá que es imposible querer cada día más. Sentirá un hastío ignoto. Solucionará este problema –de no hacerlo no comprendió del todo el primer paso- Empezará a querer diferente; tanto que no será lo mismo…
II·
Espere lo inevitable.
III
Recuerde amargamente tiempos mejores. Colóquese en su lugar favorito –si no tenía uno elija con prudencia; regresara a él- para llorar o tragarse el llanto. Fíjese en que la privacidad se adecúe a sus necesidades de a) sinceridad y b) necesidad de atención.
IV
Acepte que no fueron tan buenos.  Lograr este paso tal vez requiera de [mucho] tiempo. Los expertos recomiendan platicar consigo mismo frente al espejo, platicar consigo mismo ante la pantalla de la televisión, platicar consigo mismo ante la ventana de su red social de preferencia. Los expertos no recomiendan platicar con la policía desde el vano de su ventana, tampoco son partidarios de platicarlo en la cocina frente al refrigerador.
V
Haga un listado de sus seres queridos. No escatime, familiares, amigos y exnovios que aún roben espacio.
VI
Elimine todos aquellos que lo sean por accidentes geográficos temporales. Aquí no escatime, dé una revisión rápida por sus “amigos de la infancia”. Tache sin remordimiento followers y fans. Sonría mientras escribe el nombre de ese integrante del grupo íntimo de amigos que, en su opinión, llegó de la nada y sin ningún buen motivo, pero se quedó por una cualquier circunstancia.
VII
Acepte que aquellos que ha dejado, también son accidentes geográficos temporales. Recuerde con afecto como, por ejemplo, su mejor amigo llegó a usted en un momento de total desesperanza. Reconozca que antes de esto su amistad se había limitado a compartir el pupitre en la secundaria o preparatoria. Tome por ejemplo el caso de su primo favorito, persona a la que jamás hubiera dado entrada a conocer si no fuera porque pactó su relación entre los 14 y los 18 meses compartiendo gusanos en las masetas del casón de su abuelo.
VIII
Recuerde amargamente tiempos mejores. Una vez entendido que todos esos quereres van y vienen, pregúntese por cosas como a) sinceridad y b) necesidad de atención –tanto de aquellos como suya- Regrese a ese cómodo lugar para llorar.
IX
Reconsidere; fueron mejores de lo que creía en el paso 4. Lloré o tráguese el llanto, pero sufra. Imagine medios por los cuales podría demostrar que es usted mejor persona. Que es mejor amigo.
X
Racionalice, dados Paso 6 y 7, sus seres queridos no pueden recuperarse. No importa cuánto lo intente, recuperar una relación es el conjunto de las peores opciones de una relación: a) es empezar de cero pero b) sabiéndose todas las triquiñuelas.
XI
Recuerde que se drenó en el paso I.  Busque en sus reservas, de quedar algo intacto -ignore a su mascota y a su abuela- indicaría que ha hecho usted algo muy, muy, muy mal en el primer paso.
XII
Evítese la pena.



miércoles, 13 de junio de 2012

Amor non tenet ordinem.

Estaban sentados a la mesa, uno enfrente de otro, tan cerca que sus rodillas se tocaban, pero no se veían uno al otro; no podían, eran bizcos.
El hombre miraba, sin poder impedirlo, hacia la mesa de su derecha.
La mujer miraba, sin poder impedirlo, hacia la mesa de su derecha.
Acostumbrada la pareja a no poder verse de frente procedieron a sentirse las manos con las manos y a recurrir a sus voces, que eran además muy bellas.
La mesa de la derecha, desde donde veía la mujer, la ocupaba una joven alta y morena que movía los labios al compás de una conversación que no se escuchaba.  La mesa de la derecha, desde donde veía el hombre, la ocupaba un joven apuesto y pálido que movía sus brazos al ritmo caótico de una conversación que no se escuchaba.
Mientras miraban las mesas allende, sus voces discurrían ajenas a las imágenes. Ella le hablaba a él sobre la mañana, sobre las nubes lilas en el cielo cobalto. Él hablaba acerca del recuerdo de su padre, del reloj antiguo que portaba en la muñeca. Al tiempo que se hablaban, sus manos se recorrían, un par al otro, siguiendo caminos surcados por el tiempo y la costumbre.
Cuando ella hablaba, él veía al joven. Miraba discretamente sus labios, dos líneas tersas y rosadas, las veía moverse en una precisión extraña entre bocado y bocado de la gelatina de moras que tenía enfrente. Cuando él hablaba, ella veía a la joven. Miraba con mesura los ojos grandes y verdes que dominaban brillantes su cara afilada. En tanto ellos veían a los otros comensales, escuchaban lejanas las voces del que tenían enfrente. Y mientras más lejos escuchaban las voces, con más fuerza se aferraban las manos.
Él movía sus pulgares, acariciando con dulzura esa parte de la mano que no es aún índice ni palma. Ella recorría firme los nudillos del anular y del medio. Entretanto hablaba ella sobre una tierra salvaje e inconquistada, él miraba fijamente la nariz recta del joven cenando a su derecha. Así, cuando él hablaba de la pieza de ajedrez de ónix que se había quebrado el día anterior, ella dejaba sin descaro descansar sus ojos en el vientre plano de la morena.  Durante su esquiva escucha y su mirada atenta, sus manos listas, lisas, seda bailaban en trance sobre palma y dorso, y muñeca y carpo.
Por fin se levantaron impúdicos de sus asientos, los dedos de él buscando las piernas de ella; los dedos de ella buscando el pecho de él. Él dijo unas palabras mientras veía la mesa ajena. Ella dijo unas palabras mientras veía la otra mesa.
Ya no lo escuchó ella. Ya no la escuchó él. Caminaron sin reparos a la mesa de su derecha y extendieron sus brazos y prendieron ella a ella, él a él. Y durante un segundo no hubo más que ver pues con los ojos cerrados: Ella la besó; Él lo besó. Los ojos verdes parpadearon y se dejaron llevar por el dulce sabor de una voz salvaje y silenciosa. El ritmo caótico de los brazos fue recíproco y se asió justo encima del reloj antiguo. Los cuerpos se unieron al tiempo en cada lado de la mesa. Ella veía en una luz lila y de cobalto como él besaba. Él veía quebrarse bajo el beso apasionado de ella a la joven ónix.  Ella buscó con los dedos el pecho de ella, los dedos de él buscando del otro las piernas.