lunes, 22 de noviembre de 2010

Aunque te quites...

Debajo del monzón todos somos agua, pensé. Al caminar nadando entre la ciénaga mal llamada plantación, nos hundimos hasta la cintura en el lodo. Las caras son como el cielo, gris, húmedo y molesto… Santos me mira de vez en cuando, el pobre hombre aún cree que todo esto es mi culpa. Alberto y Cárdenas se quedan atrás. Sus casacas no son ni un triste recuerdo de lo que fueron. Platican entre ellos, o más bien se insultan a turnos mientras caminan codo a codo.

Es probable que nada tenga sentido ya, hemos caminado al menos tres días y no encontramos ni un alma. Cuando nos ofrecimos para ir a buscar ayuda jamás pensamos que seríamos el juego infantil de algún dios vengativo de la selva. Carlos se había quedado cuidando al Yucateco al que había mordido por una serpiente, para esta hora seguramente el pobre ya está muerto y nosotros nos habíamos quedado sin médico. Santos vuelve a mirarme, me culpa de la lluvia, de su cojera, me culpa de que el maldito hijo de puta se más feo que un gato atropellado… me dan ganas de culparlo de mi mal humor, pero por más que quiero no puedo, el mal humor es culpa del clima desgraciado, de esta tormenta inaudita, de la grosería de caminos y sobre todo del maldito ferrocarrilero borracho que nos había volteado al tren.

Cárdenas se para en seco y voltea para todos lados. Le pregunto qué pasa y no contesta nada, me mira como de lejos, como si no entendiera lo que le estoy diciendo. Después, tras la cortina incesante de la lluvia me llega el sonido… exangüe una sirena se escucha a lo lejos. Corremos como niños insolentes, cada quien en una dirección, como si supiéramos de donde viene el sonido distorsionado por la distancia, por la lluvia y por el eco… Les grito a todos que se esperen. Santos hace alguna rabieta silenciosa como diciéndome ¿y a ti quien te hizo el líder? Lo miró con una cara condescendiente. De nuevo escuchamos la sirena, esta vez más cerca. En algún momento se había hecho de noche, entre algunas ramas alcanzamos a ver linternas.

Alberto grita eufórico ¡Aquí, aquí! La ciénaga se vuelve más pantano y emergemos de las profundidades fangosas a una tierra húmeda y putrefacta, pero al menos tierra y no más agua. Las linternas dejan de ser linternas, parecen faros potentísimos, potentísimos y lejos. Alberto continúa con su alevosía, pero no responde nadie. Tras una última línea de maleza estamos por fin en tierra seca, o tan seca como pueda estar la tierra debajo de un monzón a la mitad de una selva… Alguien nos grita algo, volteo a ver al grupo, nadie entiende nada. Los faros extienden su alcance aún más y nos ciegan de pronto. Otro grito más que nadie entiende. Santos empieza a gritar mientras mueve las manos, el trueno nos ensordece. Ciego y sordo camino imbécil hacia la luz. Otro grito que nadie entiende. Alcanzo a distinguir las siluetas de un jeep, de un jeep y de varias personas. Cárdenas también las distingue porque en ese momento grita algo así como ¡Qué no se muevan! Y se para de nuevo en seco. Yo lo escucho a medias porque estoy más cerca. Alberto y Santos ya van en un trote hacia el jeep. Otro grito desde enfrente que ahora entiendo perfecto ¡Dales cabrón, dales que estos pendejos quien sabe que traigan!

Santos cae primero, si no fuera por el lodo su pierna hubiera quedado carmesí. Luego Alberto, antes de darse cuenta de qué está pasando cae de espaldas con varios agujeros en la panza. Cárdenas me grita algo que se pierde entre otro trueno, y lo veo correr en retirada, se tropieza contra la maleza, una ráfaga de balas lo persigue y lo encuentra en el suelo. Yo me quedo quieto, quieto como jamás había estado nunca. Luego siento una bala cerca y me tiro al suelo. No hay más balas, la lluvia aún cae a cantaros sobre mí. Escucho un alarido y veo que Santos se arrastra, otra ráfaga recibe sus intentos de pedir perdón por ser tan feo. Otra vez nos quedamos solo con el silencio de la lluvia… hasta que escucho los pasos de unas botas arrastrándose en la tierra.
-¡Revíselos Gutiérrez!- Truena alguien desde el vehículo.
-¡Comandante no traen nada estos dos!-
-¡¿Cómo dijo Gutiérrez?!-
-¡Qué son civiles Comandante!-
-¡Civiles mis huevos Gutiérrez ¿no vio como venían contra nosotros?!-

Siento que alguien se acerca. Dejo de respirar, cierro los ojos.
-¡Comandante no traen nada; este está vivo!-
Algo responde el comandante pero no puedo oírlo por otro trueno. Abro los ojos lentamente, empiezo a incorporarme con las manos en alto. Alguien grita algo que tampoco entiendo. Otro trueno, se prolonga como ningún otro y deja un eco peculiar, no distingo bien de dónde lo conozco, aunque a segundos me parece la risa burlona de ese dios infantil y vengativo.

Otro trueno, más corto, más seco, más cerca, más caliente…

-¿Comandante?-
-Mire Gutiérrez cuando nos pregunten, estos intentaban pasarse por la frontera con esas bolsas de mariguana.-

1 comentario:

  1. muy bien muy bien muy bien. dud llevabas dias desaparecido y sin posts nuevos

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