domingo, 5 de diciembre de 2010

F20.00

Intentó apagar la radio, pero el radio estaba ya desconectado. Miró con realización la ventana, camino como caminaba desde hacía un tiempo, lenta y parsimoniosamente; cerró la pequeña rendija que quedaba entre el marco y el cristal. Frunció el ceño. Revisó palmo a palmo la habitación que se sabía de memoria. Por fin, rendida ante su búsqueda fútil se dirigió hasta la sala “Recámara,” se recordó “es mi recámara desde que no puedo subir esas endemoniadas escaleras.”

La mañana siguiente esperó un rato. Silencio. Sonrió, una pequeña sonrisa de triunfo, pero también de una expectativa cumplida. Nada raro se dijo, todo había sido producto del cansancio. Ahora se cansaba mucho más que antes, y eso que ahora no hacía nada de lo que antes le tenía ocupada todo el día. Desde que Maurice había muerto la casa parecía no necesitar ese glamur que antes exigía a gritos para combinar con la pulcritud militar de su marido. Se dirigió a la cocina con la cadencia armónica de una canción que va acabando y se detuvo en seco. Coincidencia tan extraña que la vecina, una chicuela de unos 20años también se debatiera entre calentarse un  vaso de leche y comer galletas, o si prepararse una avena de canela con manzana. Sonrió distraída pensando en si ella a esa edad también habría meditado tanto antes de optar por las galletas y la leche.  No fue sino hasta que, ya sentada en el antecomedor, mientras daba la primera mordida, que la chica también se arrepentía de no haber elegido la avena. Se sobresalto no más de lo normal. No existía posibilidad alguna de que, en el antecomedor, dos cuartos de distancia de la única pared contigua, el sonido se traspasase y se oyera tan claramente, sobre todo si tomaba en cuenta que su sentido del oído no es lo que fuera antes.

“No te quejes,” reprimió una voz más seria, madura, y conocida “siempre te han gustado las galletas en el desayuno, el avena es para las viejas chochas.” El comentario le pareció de lo más gracioso. Maurice siempre le recordaba que uno nunca se hacía viejo hasta que se pasaba los días solo en casa, escuchando radionovelas, acariciando un gato y comiendo avena. “Pero si solo te falta un gato, o una docena de gatos Miriam” escuchó, o creyó haber escuchado. Nadie la había llamado Miriam desde que Maurice murió. Para el cartero y para la vecina era Señora  Nicolet, para sus nietos Abuelita, para sus hijos… bueno también habían muerto ya todos sus hijos y ellos se limitaban a decirle Mamá.

Decidió sentarse en su sillón favorito y encender el radio. “No me gusta la voz de la protagonista,” escuchó claramente “mejor hay que esperarnos hasta el programa de las 12.” Era una cosa ciertísima, a ella, o alguna parte de ella, nunca le había gustado la voz de la protagonista. “No te gusta porque te recuerda a la voz de tu hermana.” dijo la voz que se parecía tanto a la de Maurice.  En ese momento Miriam se levantó rápidamente, camino tan veloz como se lo permitían sus rodillas viejas y levanto el auricular. Buscó en el cajoncito de la cómoda la agenda y marcó el número que había marcado tantas veces en los últimos años…“Buenas días ¿María niña, comunícame con el Dr. Lambert”

Antes de que el doctor pudiera contestarle, se desató una intensa discusión entre sus orejas. “Y dale con el Dr. Lambert, ese viejo no sirve para nada.” “Miriam no hables así del buen Lambert,” reclamó Maurice “siempre apoyó a la familia”.  “Para apoyarse ya tiene andadera Maurice,” dijo la voz joven.
“Bueno ¿bueno? Señora Nicolet ¿Miriam? ¿Miriam se encuentra usted bien?
“Doctor Lambert, Doctor… las voces regresaron.”
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“La Sra. Nicolet fue tratada con 20mg de haloperidol durante las 2 primeras semanas. Las voces disminuyeron gradualmente en frecuencia e intensidad, y las sensaciones somáticas desparecieron totalmente. Comenzó a comprender que las voces eran producto de una enfermedad pero parecía algo desilusionada cuando cesaron completamente. Dijo que, después de todo, las voces habían sido “una buena compañía” la mayoría del tiempo.”[1]
[1] Üstün, T.B.; Bertelsen, A.; Dilling, H.; Van Drimmelen, J; Pull, C.; Okaska, A.; Sarotius, N. (Coord.). (1999). Libro de casos de la CIE-10. Madrid, España: Editorial Medica Panamericana. P.71

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