lunes, 23 de julio de 2012

Brettaniai

-Pasarán cien años… ¿lo entiendes? Yo estaré muerta y pasarán cien años.-
Se tumbó en la cama de pasto que había crecido en las últimas semanas del verano tardío. Por gracia o por instinto había dejado reposar su cara al somero cobijo de un abedul. Se retorció un poco al sentir la picazón de las agujas verdes rozarle los brazos y no paró hasta que el último esbozo de la única nube en el horizonte hubo desaparecido.
Me senté a contraluz y le pedí que me contara sus sueños.
-Estoy en medio de una isleta, - dijo con la voz propia de los durmientes – La isleta corona la cima de un monte, pero no lo toca. Sobre mí flota otra isleta y de su borde cae un río variopinto que me moja los pies. – En ese momento interrumpe su discurso y ríe mientras mueve distraída sus piernas.
La cálida tarde recibe con gusto una brisa fresca que alborota las ramas del abedul. Ella aprieta sus brazos contra el cuerpo y se arropa en una manta imaginaria.
-La isleta se mueve en el vaivén del viento y pronto la cascada me empapa hasta la cabeza. Intento alejarme de la copiosa caída pero la tierra cimbra y temo caer.  Sé ahora que está amaneciendo. No sabía que era de noche, pero sé ahora que está amaneciendo. Caigo en la cuenta de que ya no hay monte debajo de mi isleta, y ahora que lo pienso tampoco estoy en una isleta. Me encuentro sentada en loto sobre una columna de mármol y me veo de reojo, como en un espejo… Me veo y no me reconozco, sé que soy yo, pero soy otra.-
           La veo erguirse de su lecho y, sin saber por qué, me da un escalofrío. Se acerca con pasos delicados y me percato de que no hay sonido alguno. El viento agita sigiloso las ramas, un ave canta sin voz y yo ahogó un suspiro.
Se sentó encarando al sol, sus ojos verdes destellaron al pasar los rayos.
-La columna se hunde en la arena con un plácido movimiento. Ando descalza sin sentir el bravo sol bajo mis pies.  Hay una sombra, pero no hay nada que la proyecte. La sombra es tu perfil.-
La sentí acariciar mi mejilla e intenté moverme, pero no pude. Su tacto terso se me antojó pastoso y vi entonces que de sus manos brotaban hojas. Me besó la frente y me rendí ante el candor de sus labios. La escuché sollozar y sentí de pronto la corriente de un río policromo empaparme el cuerpo.
De sus ojos emanaba la fuente, y de su boca un susurro…
-Pasarán cien años… ¿lo ves?-

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