sábado, 30 de abril de 2011

La pericia y la pereza

Levantóse apenas con un gruñido primario. Observó con desenfoque propio de la lagaña e identificó como desconocida su locación. Bostezó, palpó torpe su tórax, encontró sus cicatrices ancestrales y súpose en el cuerpo correcto.
       Apestando su paso a vodka abandonó el desconocido lugar, saltó el cadáver en la sala y cerró los ojos al abrir la puerta. Habló como por vez primera y su balbuceo, símil al del crío, refirióse también a alguna madre.
      Hizo caso al poeta y no miró detrás. Siguió por la calle tapizada de despojos y desechos esquiándolo todo con pericia. Pronto, empero, frenó su paso y miró, como el gato mira al pájaro pasar, al hato harapiento erguido frente de sí. Olfatearon ambos al mismo tiempo y, al mismo tiempo, reaccionaron al opuesto; el Harapo dio dos pasos en reversa y al momento de dar la vuelta en retirada, recibió preciso un tajo de cadera a hombro.
     El Harapo cayó, fue esculcado y dejado como retazo nuevo en el tapiz de despojos y desechos.

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